Higuerón de Cabuya,
catedral gótica de madera viva,
me dije.
Uno ve y cree ya saberse lo que mira.
Y yo quise adormecerlo
como a un bebé sueño en mi meditación,
hecho un dibujo ópalo,
un sentimiento de alga,
una gota de todo y nada
en mi interior de ser tan pequeño.
Lo rodee
y dije, treinta y tres metros,
pensando más en las cábalas
de los hierofantes que aparecen cada tres mil años.
Creí que lo mío era lo verdadero
y ahora ya no sé cuál es la verdad.
Él,
gigante,
como una patria completa,
como una nación impávida
que igual es de profunda
como se extienden sus brazos hacia el cielo.
El higuerón de Cabuya, Costa Rica,
sus prismas,
sus habitantes,
las anclas de sus barbas
y el viento en sus velas de iris
yendo por lo remoto del tiempo.
Me metí en sus costillas,
vi su interior
buscándole corazón,
dejándome llevar
por los pespuntes de sus rutas barrocas.
No me dijo nada,
dejó que mis ojos
lo acariciaran como lunas con sed de soles
y misterios depositados
en el viento de las mariposas;
pero una voz,
una risa,
un Yuxpi en su interior,
me dijo:
Esto que es
sólo es un sueño de murciélagos;
nosotros lo plantamos,
nosotros lo habitamos.
Él es nuestro capricho y suya es la honra.
Guardo silencio, sólo respiro.
El higuerón me regala
su luz de mar y montaña en una quietud de colibrí
y en el interior los murciélagos habitan su sombra:
un concierto,
un río,
un mar,
una nación,
un universo, o más.
El Ficus,
continúa creciendo.
2 de octubre 2011
Cabuya, Golfo de Nicoya.
Candelario Reyes García.