Éxodo
(Recordando a Maíta este día que fuera su cumpleaños)
Tenía un poema y pretendí
que era eterno
por un asunto de creer
que su piel en mi piel
viene de coloración de las estrellas
y que permanecerá.
Me confié del tiempo
y lo puse al resguardo del iris de mis ojos
como un grabado de diamante
sin dramas de tesoros,
su cotidiana presencia,
para verla así
con los párpados abiertos o cerrados.
Y el poema se me escapó.
Lo busqué entre la hierba
donde pude llenarme de espinas,
pero encontré
barro fresco y manos que lo formaban
con capricho de volcanes
los afanes diarios
de la brea campesina
que me llenó de evocaciones.
¿Dónde estará mi poema?
Y me fui entre las piedras
hasta que mi piel se llenó de salamandras
y gemas de los intersticios de la arena.
Bajé por los vados del agua
y las cavernas de los ruidos
del día y de la noche,
trepé riscos
y me lancé por precipicios
de los recuerdos cultivados
por la erosión del tiempo
que un día se fugan hacia el mar,
como yo,
todo,
sólo guardaba su nombre
y el prodigio de su generosidad
de luz sonriente.
En la hojarasca del bosque
y el mutante prodigio de los troncos caídos
en que aluciné como diamante
buscando pescar rayos del sol
y gotas de luna,
parras con flores,
polen recién tejido por las avispillas
¡Le gritaba a mi poema!
El eco me devolvía pájaros
y coquetería de silencio
como vientos nacidos de labios
que beben en las jícaras el sustento de las mañanas.
Y sigo buscando a mi poema
porque me resisto a creer
que sólo está en mi corazón,
bajo mis párpados
o en mis labios
cuando pronuncio su nombre.
-Candelario Reyes García
7 de febrero 2014.