Esta mi curiosa Navidad
Me he bañado y me he cambiado, de manera simple para no quedar en el absurdo de lo desagradable por si acaso. En mi cambio, como en mi nombre, no hay metamorfosis, sigo estando bajo mi misma sombra donde me estaciono a disfrutar el perfume de la amistad, a escuchar el canto de los búhos de la madrugada y en la madriguera de su sonido, escancio poemas y por las noches vinos que comparto con mis amigos, una taza de café, o una enjundia de yerbas del campo que tomo en jícara. Lirondo de cariño y rodeado de plantas le doy sosiego a mis pensamientos como a bengalas de festividades que obedecen al capricho de los tiempos en el que entre luces se obnubila dolores de parto y profecías de destierro, hambre, peste y guerra imperial, con obligación de censo para cobro de impuestos de injusticia a manera de tazón policial.
José lleva María a Belén, porque todos los machos tuvieron que ir a su ciudad natal para ser registrados. Como requerido por el censo romano que era a recuento de Israel para objetivos de impuestos. Los romanos por lo general tenían un censo cada catorce años.
Diviso desde mi solar el portal de las montañas y pienso que hará de ellas la democracia con sus números y dinámicas de censos y consensos. Así estoy meditando. Pero me sorprende de improviso la realidad. Por la calle pasa una camioneta con unos tipos desconocidos preguntando en qué casa están velando a Candelario Reyes.
Son vísperas de navidad. Y me viene en tumulto una cábala de números. En los años ochenta yo figuré el número 27 en la lista de los suspicaces para ser ejecutados extrajudicialmente por los escuadrones de la muerte. Y por haber sobrevivido, cuando el golpe de junio del 2009 escalé al número catorce (14) de la lista de los primeros en ser ejecutados de manera selectiva por sicarios a sueldo que por más de un año no se dieron descanso. Recién, me han ascendido al número 11 en este exceso del proceso electoral, en que por primera vez las listas surgieron al público por las redes sociales.
Por un momento me siento como un personaje de Kafka ¡Carajo, no me han matado y ya me quieren sepultar estos bárbaros y en Navidad!
35 años en la fila de la muerte y he sobrevivido a sicarios e infartos. Número 11. Me recuerda Santiago de Chile y Manhattan. Once, como la asociación de ciegos de España. 11 en la camisola de Cafú.
La vida puede ser una bocanada de humo del consuetudinario fumador que muere octogenario de cualquier cosa, menos de cáncer de pulmón, quizá hasta muera de pura rutina y aburrimiento.
Me veo a mi mismo y digo, estoy bañado, cambiado, sin miedo, sin rutina, admirando la rosada sonrisa de las nubes de esta mañanita como pérgola de vuelos de sanates y aleteos de colibríes. Gozo la mirada que me ve directa a los ojos de la gente con la que ya comienzo labores del día y disipo la memoria de los números, pero sí me decido a hacer estos garabatos en el papel, como igual cultivo la tierra, hago educación, poesía y cocino. Porque eso soy al final, un simple agricultor, que de viejo cocino más para los amigos que me ayudan en mis faenas y esta Navidad, no lo seré menos, es la fe.
-Candelario Reyes García
24 de diciembre 2013