Las peripecias de la fantasía

Viajes y encuentros se entretejen dentro de la imaginación. Fantasear historias que nunca llegaremos a saber como y porqué tocaron puerto en el cerebro y se convirtieron en palabras capaces de contar más, y formas de convivir y hasta de hacer amistad y parentesco, es parte del gran misterio de contar un cuento.

Si existiera una ciudad Florida, sería algo más que un jardín, y mucho más que una ciudad con flores; a lo mejor sería la habitación de todos los tipos de polen que hay en el universo y del que provienen los luceros; porque la imaginación es el campo pleno de la utopía, que es ni más ni menos que la explicación por anticipado de la aventura de vivir.

Separadas las palabras son muebles, aparatos, generaciones de sonidos y letras como trastos inútiles si no se enciende el fogón de la imaginación creadora donde se les funda en sortilegios y gemas. Las palabras, entre ellas familias cercanas, pero por si mismas sin capacidad de volverse el mapa del tesoro escondido, o la intrépida energía del héroe invicto de todos los tiempos, o bien, la pasión incontenible por la mujer más bella del mundo, que reduce a polvo hombres y fortalezas.

¿Quién puede decir de dónde vienen los cuentos? ¿Si son herederos directos de los monos o locuras celestiales de los ángeles postrados por su propia desventura?

Pero esa explicación, o cualquier justificación es innecesaria para ayudar a niños, niñas y viejos a tener ganas de gozar, de escuchar, de decir y de leer y mantener el interés por la imaginación. De ser creativos y desenvolver de los folios de la alucinación una fauna para domesticar y una flora de mil colores y un millón de espejismos.

Y en todo esto, el Centro Cultural Hibueras, en un desafío a la postergación de una realidad donde no se lee porque no hay libros, pues existe una biblioteca de verdad por cada millón de habitantes, y las librerías son una leyenda perteneciente a otros países; un país donde la lectura comienza en el ridículo del aprendizaje formal del abecedario para no leer nunca jamás después de que se deja la escuela o la universidad. En ese desafío, nos hemos venido preguntando cómo enriquecer el mundo de los niños y niñas del área rural de Santa Bárbara con una riqueza más importante que el dinero, para lo cual hemos abierto senderos y creado colectivos de trabajo para fabular historias: fomentando el diálogo, el drama, el espectáculo y la soltura de la ideas, tanto como explicarnos un mundo e integrarnos, niñas, niños, jóvenes y adultos, en el gran espectáculo de la libertad: que es igual que aprender a pensar con una sonrisa, a criticar con alegría, a explicarnos con emoción y a tener anhelos porque todo en el futuro sea mejor.

Haciendo cuentos, hemos aprendido a dejar de ser el puro cuento. Y ahora tenemos mucho que contar.

Y ha venido a resultar que los niños y las niñas, hoy son poseedores de una biblioteca itinerante y de tres bibliotecas fijas, donde viven y por medio de la que viajan los libros. Igualmente hemos inventado talleres literarios, y de un taller, no queda más que obtener una obra terminada, esta, es el libro que usted tiene en sus manos: La acuarela de palabrear.

Que la disfrute.

Elena Guadalupe Pérez/ Candelario Reyes G.

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