Palmerolo, Patria para todos.

— ¿Leyendo, Palmerolo?
— Usted me mandó a leer a Quevedo, buscándolo, me encontré con Hermann Hesse.
— Sos un burro con un destino curioso.
— Sí, soy un burro que hace camino al leer. Estoy leyendo una bonita historia
— ¡Ah, sí!
— Hermann Hesse me está contando sobre la ciudad de Faldum. Una ciudad que se rige por un gobierno simple. Un gobierno que descansa en el poder de todos. Un sencillo poder. El poder de la amistad, de la bondad, de modo que todos son felices.
— ¡Me gusta! Cuéntame un poco más de la vida y el destino de ese país.
— Es una ciudad, Poeta. Una ciudad cuyo camino para llegar a ella está lleno de belleza y abundancia reflejo de la laboriosidad de sus habitantes y el cuido que hacen de la naturaleza ¿Quiere que le lea algo?
— Sí, ¡por favor! — Leo: “Faldum es una comunidad que no sufre carencia alguna de frutas y madera, leche y carne, manzanas y nueces. Las aldeas eran muy bonitas y limpias, y las gentes en general honradas y laboriosas, nada amigas de empresas arriesgadas o inquietantes. Y cada cual está contento de que al vecino no le vaya peor que a uno mismo. Todo lo contrario, que esté mejor y así todos están bien”
— Eso es una quimera, Palmerolo. La realidad no es así. Esa es una fantasía de poeta. Por lo general en las ciudades la gente sólo quiere estar bien para sí mismo y deshacerse de sus problemas personales, no importa que se los tenga que lanzar a sus vecinos…Eso es lo que yo veo en la realidad.
— ¿Por qué está deprimido, Poeta? Yo quiero una ciudad, una patria para todos con esperanzas y alegría. Regida por los valores de sus habitantes, donde cada uno, esté pendiente de que a todos nos vaya bien… Quiero ese caudal y que sea perdurable.
— Palmerolo, mi decepción corresponde con hechos simples. Muy simples. Mirémonos a nosotros mismos. El único derecho que tenemos es hacer lo que queremos con lo único que es seguro que producimos todos los días.
— Me gusta eso que dice, que en este país todos somos productivos ¡Eso es extraordinario!
— Jajaja, ¡cómo no!… Mira Palmerolo ¿Qué es algo seguro que todos los días producimos los humanos?
— ¡Sonrisas, saludos, abrazos, colaboración, cariño, sueños y gran capacidad de luchar!
— ¡No, no, no! Lo que sí es seguro, es que cada uno produzcamos desechos, basura, mugre, suciedad ¿Y qué hacemos con ella? ¡Mira Palmerolo, mira la realidad! La lanzamos por allí, como una muralla de fuego, un problema para otros, una obra sucia de destrucción, por todas partes…es la realidad, Palmerolo…mira las calles y caminos, mira ese singular destino de Honduras…. ¡Basura, basura y corrupción por todas partes! Y ya todos estamos acostumbrados.
— ¡No me diga, que es la basura la patria de todos, no me lo diga, no me arruine mi bella lectura!
— Desearía de todo corazón, Palmerolo, contarte que, en este país, todo fluye, regido por el
cariño, en el que la gente para empezar no le haga daño a su propia vida. No dañe la vida
lanzando basura, por aquí, por allá, haciendo que sea la basura, la patria para todos ¡Discúlpame
burrito, que mientras tu lees ese bello libro, yo lea la realidad, no tan bella!
— Una vez usted me dijo que las cosas se parecen a sus dueños… Yo no quiero leer sólo un libro,
yo, burro simple, quiero leer una realidad bella de una patria para todos.
— Recuerdo cuando era joven. Yo seguí una Utopía. El doctor Carlos Roberto Reina decía en sus
discursos que haría un gobierno simple. En el que cada hondureño no se sintiera sólo dueño de
una cédula de identidad, porque además de esa posesión, los pobres son extranjeros en el lugar
donde han nacido y que por eso se ven obligados a huir para no morir con su familia reducidos a
la vergüenza de su miseria.
— ¡Me gusta lo que dice, sólo si me dice que eso tiene solución!
— ¡Sí!, él decía que su gobierno tendría por fórmula tres T mayúsculas: Techo, Trabajo y Tortilla.
Algo simple de lograr, en que la gente teniendo esa seguridad, es capaz de una mejor suerte y
capaz de echar raíces en el reflejo grato, que siendo de aquí, teniendo un techo, un trabajo y la
tortilla segura, será capaz de conquistar otras fórmulas de felicidad. Para empezar, no sentirse
extranjero, perdido, sin más destino que el sufrimiento y la frustración. Gente con pies de viento
sin destino.

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