Palmerolo y los artilugios

— ¿Aritos Palmerolo?
— ¡Aritos!
— ¡Sí! Para tus orejas
— ¡Ah!
— Lucirías bien Palmerolo, más luz en tu cara ¡Quizá a lo mejor un collar! Y hasta un piercing en tu morro, quizá dos, uno en cada orificio de tu nariz. En tu lengua ¡Jajaja, rebuznarías distinto!
— ¡Poeta! ¡No delire! A los animales no nos colocan esos artilugios por adorno, sino para marca y que nos ciñamos a una norma. Dichosos los animales libres que no son un número del inventario humano. Aunque realmente no sé si existen. Ya dudo hasta de la libertad de las aves.
— ¡Vaya, no te molestes! Me refiero sólo regalarte unos aritos coquetos de fina orfebrería ¡Qué luscas unos!
— En las haciendas a los animales nos ponen un número en las orejas, un plástico amarillo con un número negro y un clavo remachado, de acero duro, hasta doloroso que nos hace formar callo en las orejas ¡Primero se nos cae la oreja, pero no el número! Por collar un cencerro o un garabato de palo que nos impida saltar hacia los cercos ajenos. Y un anillo en la nariz, para atarnos, o para que nos hagamos daño si burlamos las normas de los humanos.
— Yo me refería a otra cosa, Palmerolo. Me refería a la identidad personal, y esos detalles en apariencia sencillos de la vida de la inocencia humana. Lucir belleza.
— ¿Inocencia, o incoherencia? No me venga con palabras fáciles, Poeta. No se le olvide que me enseñó a leer. No quiera disiparse usted en artilugios de pólvora barata.
— ¡Un burro lector, Palmerolo! Ya lo sé ¡Pero no te me pongás tan serio! Tan tieso.
— ¡Ah, ya le entendí lo de la incoherencia! Quiere que yo me haga el papo ¡No existe papo gratis, Poeta! Existen cómplices, cuando la gente sabe lo que hace y disimula, haciéndose el maje.
— ¡Ah sí!
— Mire, no me quiera poner aritos ni artilugios de apariencia falsa y peligrosa. No quiera que yo sea un burro incoherente ¡No, Poeta! Seamos claros entre nosotros. No aleguemos inocencia en los hechos cuando en las palabras somos una cosa y en la realidad otra.
— ¡Te me pusiste al brinco Palmerolo!
— Es que miremos las cosas como son, como somos, cuál es nuestra identidad, nuestra pertenencia. Yo soy burro… ¡Atento! Pero no un burro zonzo. Soy un burro lector. Bien sé de lo que usted me habla, aunque me trampee con sus palabras. Porque soy lector. Y leyendo, se aprende mejor.
— No me quieras dar clase cultural, Palmerolo, hoy no. Te me vas poner empurrado. A nadie le
gusta un burro empurrado. Yo sé que los hondureños lo que menos queremos, es parecer
hondureños, en su mayoría. Y casi hasta humanos en general, lo que menos queremos
declararnos es seres naturales ¡Hoy no quiero hablar de eso, Palmerolo! Sólo te ofrecí unos
aritos. Un juego inocente de ajuar para un amigo de Mel.
— ¡El que se me está poniendo empurrado es usted! Lo desconozco, Poeta. Empurrado de bruto.
— Yo sólo te hablé de aritos, de un collar. Sentí la corazonada de que te haría ver como un burro
distinguido. Quizá quieras ir a pasear a Tegucigalpa y allí ya sabés, deberás aparentar cierta
dignidad.
— ¡Ve cómo usted y yo somos diferentes! ¿Usted lo que quiere es que yo cada vez sea menos
burro? ¿Le gustaría a usted, sería feliz y contento parecer cada vez más un burro, no un
humano?
— ¡Qué!
— ¿Le gustaría rebuznar en lugar de dialogar?
— ¡Se puso fea la cosa! Te has vuelto burro de patada.
— Usted es lo que es y yo soy lo que soy. Lo que debo de procurar es ser mejor en quien soy y no
querer ser de otra especie. Eso también es corrupción, fingir, simular lo que no se es.
— ¡Qué!
— ¡Sí! Por ejemplo, decir somos el país más pobre del continente y los burócratas con los mejores
sueldos del planeta y los ejércitos apostando con armas que podrían calmar el hambre de un
pueblo ¿No me venga con aritos, Poeta!
— ¡No, no, yo no quería ganarme esta coceada matutina, Palmerolo! Soy tu amigo.
— ¡Sí! Perder la identidad natural, cultural. Mire Honduras. Se ha vuelto corrupta porque quienes
se han educado cada vez se quieren parecer a los millonarios del planeta. No ser ellos mismos,
sino apostar, perder su felicidad, para ser la imagen del poder, de la fama.
— ¿A dónde me querés llevar, Palmerolo?
— ¡A dónde me quiere llevar usted poniéndome aritos y cencerros, herrajes y freno! Los
burócratas, los soldados y los mercaderes no quiere parecerse a su pueblo. Quieren parecerse a
otros, lo más lejano posible a la identidad de su pueblo. Ese es un arito peligroso en el cerebro,
Poeta.
— ¡¿Qué dices?!
— ¡Sí! Lo vi Poeta, gritar en el estadio ¡No a la minería! Y ahora me ofrece artilugios provenientes
de la minería. Los humanos son contradictorios. Dicen una cosa y hacen otra
— ¡Palmerolo! ¿Quieres sembrar enemistad entre nosotros cuando lo que yo te ofrecí son unos
inocentes aritos?
— ¡Dígame, Poeta, cómo es que usted es muy culto, cuando dice que va defender el bosque, el
agua, la vida, si en sus hábitos consume más refrescos industriales que agua! ¡No a la minería! ¡Y
ya tiene lista las chequeras para las flotillas de automóviles para los nuevos burócratas!
— ¡Ay! Yo no soy el ministro de economía. No te confundas burrito ¡Ay, ¡qué de vidrio te
despertaste hoy!
— ¡Sí, Poeta! ¡Sí, ay! ¡Ay la estupidez humana! El humano no dialoga consigo mismo, no se
aprende, ¡no crea conciencia! ¡Paja molida se me quiere volver, mi amigo!
— ¡Palmerolo! Dialoguemos pues, pero no me tires coces. Yo comencé el día con una broma.
— ¡Señor ministro! Supongo que el ejército ya tiene listo el presupuesto para más armas y la
policía para renovar sus almacenes repletos de bombas lacrimógenas. Reclame eso, poeta.
Investíguelo ¡No venga a salirme usted con jueguecitos ofreciéndome aritos, Poeta! Yo ya no soy
el burro tonto. Usted me enseñó a leer. No quiera que yo sea contradictorio.
— Yo te ofrezco aritos y vos me recetás una gran puteada. Digo, pateada.
— Poeta, no se engaña a quien se educa, a quien lee, a menos que él mismo se quiera engañar. De
allí viene la corrupción. Cuando los humanos aceptan aritos y maquillaje, pero renuncian a sus
propios valores, a su pensamiento cultural.
— ¡Sí, me he ganado esta afrenta! Creo que inicié de manera tonta el día
— ¡Sí, uno olvida a veces sus propias lecturas! Olvida su identidad, su ser. Y al no reconocernos a
nosotros mismos, sin identidad, no somos más que el maquillaje que se nos chorrea con el
sudor, desfigurándonos. Revísese sus propios Piercing, amigo mío.

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