Palmerolo se rasca los tatascanes en un rincón del potrero, ¡así, estallándolos contra las piedras del cimiento salvaje que acorrala a todos los hondureños pobres! Está agüevado, no sabe si van a venir a ponerle la gamarra de la pandemia eterna y seguir en su esclavitud diaria de pagar a fuerza de miseria la deuda que él no se ha gastado. No sabe si le van a poner el aparejo sin merma de que trabaje sin salario por todo el billullo que se robaron las ratas, las de la estrella solitaria, la del emblema rojo, blanco rojo, las ladillas que no dejan de chupar sangre y causar escozor.
Se mira sus cascos pelados, sin herradura y mira hacia el Aeropuerto de Palmerola y le da ira de burro, que es rebuznar repudiando la condena de la impotencia, aunque o sea hora de rebuznos.
Se sacude con la cola y mueve el pellejo del lomo donde se le pegas las moscas a la costra de los lamparones y peladuras de tanto sufrir carga, esas chaquiras que espera que se curen solas, por obra de dios, pues no alcanza ni a lamérselas; como tampoco el pueblo alcanza a lamer la afrenta del Seguro Social, de las partidas de la organización criminal cachureca que asaltó los hospitales para llevar al poder a la peor lacra humana que ha parido mujer alguna en este país.
Se le asoma una lágrima en la mirada entorpecidas por los mosquitos que se le pegan a los párpados y se imagina si maldita es la tierra y el ara de la iglesia en la que Ebal Díaz, predica la verdad y oculta la desaparición de 98 hospitales y novecientos millones de dólares sólo en los días de la pandemia.
La ve venir, presiente la carga y no atina a saber, si por mucho que venga la Kamala Harris a la toma de posesión, el FMI y el BID, cómplices de las ratas junto con el BCIE, van perdonarle la deuda al pueblo que lidera Iris Xiomara Castro Sarmiento.
Quisiera gritas y no sabe cómo ¿Dónde está el dinero? Sólo espera que les incauten bienes y repatrien el billete que sin duda tienen depositados en los infiernos fiscales del planeta.
Para desestresarse se tira tres pedos queriendo despachar algo mayor de las entrañas, y no se quiere ni imaginar que va a haber impunidad, que esa organización criminal no va a ser castigada y deducida la factura, la fractura, el dolor del pueblo, de las víctimas. Esta agonía creciente llamada pobreza extrema, miseria.
Sabe, no olvida los mártires, el golpe ha durado doce años y le dan ganas de mandar una cagada hasta la Casa Presidencial para que la cuelguen enmarcada en cada punto, en lugar de los tales presidentes golpistas, que nadie eligió y a costa de sangre, dolor y penurias, se tomaron el poder y han hecho de la patria un estercolero.
Y piensa, si en realidad la Casa Presidencial no es más que el cadáver que han dejado los buitres en el corazón de la patria y que Xiomara debería mejor cambiarse de casa.
Casi llora Palmerolo, no por las pulgas que propaga el caminante mayor de la resistencia, tampoco llora porque dice el caminante que la mapachería se está tomando el partido libre. Palmerolo se siente en estado de calamidad pública, una porque los aperos del aparejo que le pondrán encima, ya son viejos y le labran el lomo; dos, porque la carga parece que será peor a la que los filibusteros de hace
dos siglos les impusieron a sus hermanos burros en la esclavitud de las bananeras, en que el país, entre más les entregaba a las compañías del enclave bananero, en mayores deudas se hundía.
Hubo una huelga en 1954. Hoy se necesita esa gran huelga, refundar la nación morazánica de honduras. Somos 10 pueblos, 8 originarios, 1 garífuna y otros del mestizaje. Diez pueblos. Diez hermanos como los dedos de las manos de la gente. Y Palmerolo piensa en la humanidad. Piensa en sus amigos MEL y Cipriano. Y piensa bonito. Tiene esperanzas. Los ve dándose la mano.
¡Meseros, pulgueros, mapacheros! Grita el caminante Miralda, de nombre Jorge, desde sus aposentos de ancianito callejero, tirado en cualquier esquina de ese abandono de ciudad llamada Tegucigalpa. A él nadie le cuenta el cuento de ¡Mirá, aquí te la tengo!
Palmerolo hace cuatro pataleos en su honor.
Sabe que estamos embancados, jodidos, peor que pordioseros y que la impunidad de las ratas, más que pulgas anuncia la posible aparición de una peste de gusanos, cómo, él asegura de los mapaches del traslape oportunista de la política.
Se le estallan los huevos a Palmerolo de ver a los militares jugando a cambiarse el color de las banderitas de la solapa, mientras todavía les mantienen apagados los radares a las ratas corruptas del Establo Nacional que se despachan leyes para blindarse en la llanura, y leyes para dilapidar hasta lo que no tiene la patria asignándose sueldos, prestaciones y jubilaciones vitalicias.
Ninguna institución ha sido mayor cómplice de los golpes de estado que el ejército, para bien de los banqueros y de las bandas criminales.
Quiere el burrito Palmerolo por momentos, torpemente saltarse el cimiento de filosas piedras e irse en la caravana de migrantes que sigue en la lista, pero retrocede porque ve que a los que recién partieron los acaban de toletear y gasear en la frontera de Corinto en Guatemala. Y ya los echan en arreo de regreso, dolidos y quebrantados.
Palmerolo no se puede rascar los huevos como holgazán, pero tampoco puede ser indiferente, refundar la patria, porque haya patriotas de verdad, no busca sueldos, mapaches, sapos, gusanos, ni otras calañas de bichos rastreros. Se duele y se piensa, ¡qué difícil para Xiomara si su pueblo no la acompaña, no la acuerpa, desde abajo, desde arriba, desde el lado, juntos, caminando como la resistencia urgente que es la única moral verdadera para esta nueva patria, de este milenio que arranca hoy, el nuevo siglo!, en que al menos los aperos no le laceren a él el lomo de burro, que al final, es quien sufre la carga, los palos, los insultos, las ofensas por ser el último entre los humildes de la tierra.
Y Palmerolo, quiere saber.
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